Hace unos días me contaba una amiga que su hija no valora nada de lo que le da, que abre un regalo y juega de manera superficial con él, pues pierde interés rápidamente y muy fácilmente y que en ocasiones ni lo mira… Que siempre está ocupada en satisfacer sus necesidades y apenas valora el amor y todo lo que hace por ella… Que la chantajea emocionalmente y que enseguida se apega a otras personas con afán de sacar de ellos lo que quiere…Que cuando está con esas personas le hace un vacio emocional y no quiere saber nada de ella… Que cuando se va con su padre, en el periodo que le corresponde a él, apenas quiere hablar por teléfono con ella, que no le quiere contar nada y que rápido le da largas.
Esta amiga lo está pasando muy mal porque siente que su hija no la quiere y cree que es muy egoísta, interesada y que solo piensa en lo suyo…Y que para ello desplaza a su madre por cualquier sustituto momentáneo…Que busca familias adoptivas y “juguetes-personas” que satisfagan sus necesidades de ocio, alimentación, entretenimiento etc.
Le comentaba a mi amiga que los niños de ahora son niños muy consentidos porque corremos a darles todo. Que les malcriamos y les hacemos intolerantes y muy egoístas, pues dar todo forma a personas intolerantes y profundamente tira os. Además les hace agresivos y con capacidad de manejar sus emociones. Consentirles y darles todo no es bueno.
Le comentaba también que escuchar solo alabanzas les vuelve adictos a ellas, les crea un mundo irreal… Y que hacerles todo y evitar aquellas tareas difíciles en las que se sienten inseguros y acaban fracasando no es bueno. Es necesario embarcarles en actividades en las que no son buenos. Es bueno bajarles de esa posición de emperador en la que les hacemos vivir.
Otra de las cosas de la que hablamos es de un artículo que hace unos días llegó a mis manos, en el que se describe y se analiza el experimento de un profesor y orientador estadounidense: Kim Payne. En él, simplificaron la vida de los niños diagnosticados con un Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad. Al cabo de tan solo cuatro meses, el 68% de estos pequeños habían pasado de ser disfuncionales a ser clínicamente funcionales. Además, mostraron un aumento del 37% en sus aptitudes académicas y cognitivas, un efecto que no pudo igualar el medicamento más prescrito para este trastorno, el Ritalin. Así que estar expuestos a demasiados estímulos -comentaba el articulo- provoca un estrés que se va acumulando y obliga a los niños a desarrollar estrategias para sentirse a salvo ya que se ha demostrado que un exceso de estrés durante la infancia aumenta las probabilidades de que los niños desarrollen problemas psicológicos.
El estudio dice que cuando los niños son abrumados con muchas cosas, muchas opciones por hacer y demasiada información no tienen tiempo para explorar, reflexionar y liberar las tensiones cotidianas. Se trata de dejar que los niños sean simplemente eso, niños y para ellos debes evitar: no llenarlos de tareas extraescolares, darles tiempo para jugar, pasar tiempo con ellos, crear un hogar con un ambiente tranquilo, asegurarse que duerman bien, limitar el uso de la tecnología, disminuir nuestras expectativas sobre su desempeño, simplificar su entorno con menos juguetes y más opciones para que echen a volar su imaginación.
Los resultados son muy reveladores, le comentaba a mi amiga y nos hace cuestionarnos si el entorno que le estamos dando a nuestros niños es sano y estable desde un pun to de vista mental y emocional.
El artículo nos habla de que este profesor, a inicios de su carrera, trabajó como voluntario en los campos de refugiados, donde tuvo que lidiar con niños que sufrían estrés postraumático. Payne apreció que estos niños se mostraban nerviosos, hiperactivos y continuamente expectantes, como si algo malo fuera a pasar de un momento a otro. También eran extremadamente cautelosos ante la novedad, como si hubieran perdido esa curiosidad innata de los niños.
Años más tarde, Payne apreció que muchos de los niños que necesitaban su ayuda mostraban los mismos comportamientos que los pequeños que provenían de países en guerra. Sin embargo, lo extraño es que estos niños vivían en Inglaterra, por lo que su entorno era completamente seguro. Entonces, ¿por qué mostraran síntomas típicos del estrés postraumático?
Payne piensa que aunque los niños de nuestra sociedad están seguros desde el punto de vista físico, mentalmente están viviendo en un entorno similar al que se produce en las zonas de conflictos armados, como si su vida peligrara. Estar expuestos a demasiados estímulos provoca un estrés que se va acumulando y obliga a los niños a desarrollar estrategias para sentirse a salvo.
De hecho, los niños de hoy están expuestos a un flujo constante de información que no son capaces de procesar. Se ven obligados a crecer deprisa ya que los adultos colocan demasiadas expectativas sobre ellos, haciendo que asuman roles que en realidad no les corresponden. De esta manera, el inmaduro cerebro de los niños es incapaz de seguir el ritmo que impone la nueva educación, y se produce un gran estrés, con las consecuencias negativas que este provoca.
Payne habla también del exceso y de cómo, como padres queremos darles todo lo mejor a nuestros hijos. Y que si un poco está bien, pues más y todo mejor. Por eso, comenta el artículo, ponemos en práctica un modelo de hiperpaternidad, nos hemos convertido, como bien define el autor del artículo, en «padres helicóptero» que obligan a sus hijos a participar en una infinidad de actividades que, supuestamente, les preparan para la vida.
Por si no fuera suficiente, llenamos sus habitaciones de libros, dispositivos y juguetes. De hecho, se estima que los niños occidentales tienen, como media, 150 juguetes. Es demasiado, y cuando es demasiado, los niños se sienten abrumados. Como resultado, juegan de manera superficial, pierden el interés fácilmente por los juguetes y por su entorno y no desarrollan su imaginación.
Por eso, Payne afirma que los cuatro pilares del exceso sobre los cuales se erige la educación actual de los niños son:
- Demasiadas cosas
- Demasiadas opciones
- Demasiada información
- Demasiada velocidad
Cuando los niños son abrumados de esta forma, no tienen tiempo para explorar, reflexionar y liberar las tensiones cotidianas. Demasiadas opciones terminan erosionando su libertad y les roba la oportunidad de aburrirse, que es fundamental para estimular la creatividad y el aprendizaje por descubrimiento.
Poco a poco, comenta el artículo, la sociedad ha ido erosionando la maravilla que implica la infancia, hasta tal punto que algunos psicólogos se refieren a este fenómeno como “la guerra contra la infancia”. Basta pensar que en las dos últimas décadas los niños han perdido una media de 12 horas semanales de tiempo libre. Incluso los colegios y las guarderías han asumido una orientación más académica.
Sin embargo, un estudio realizado en la Universidad de Texas ha desvelado que cuando los niños juegan deportes bien estructurados se convierten en adultos menos creativos, en comparación con los pequeños que han tenido mucho tiempo libre para jugar. De hecho, los psicólogos han notado que la forma de jugar moderna genera ansiedad y depresión. Obviamente, no se trata solo del juego más o menos estructurado sino también de la falta de tiempo.
La mejor manera de proteger la infancia de los niños es decir “no” a las pautas que la sociedad pretende imponer. Se trata de dejar que los niños sean simplemente eso, niños. La vía para proteger el equilibrio mental y emocional de los niños consiste en educar en la simplicidad. Para conseguirlo, comenta Payne, es necesario:
– No atiborrarles de actividades extraescolares que, a la larga, probablemente no le servirán de mucho.
– Dejarles tiempo libre para que jueguen, preferentemente con otros pequeños o con juguetes que puedan estimular su creatividad, no con juegos estructurados.
– Pasar tiempo de calidad con ellos, es el mejor regalo que pueden hacerles los padres.
– Crear un espacio de tranquilidad en sus vidas donde puedan refugiarse del caos cotidiano y aliviar el estrés.
-Asegurarse de que duermen lo suficiente y descansan.
– Reducir la cantidad de información, asegurándose de que esta sea comprensible y adecuada a su edad, lo cual implica hacer un uso más racional de la tecnología.
– Simplificar su entorno, apostando por menos juguetes y cerciorándose de que estos estimulan realmente su fantasía.
– Disminuir las expectativas sobre su desempeño, dejándoles que sean simplemente niños.
Magnifico artículo, me comenta mi amiga, buenísima reflexión cargada de verdad me comenta con cara de “que mal lo estamos haciendo” y de “cuánto hemos de cambiar.”
Acabamos la conversación mi amiga y yo pensando que no dejamos a los niños ser niños, que les hacemos adultos muy rápidamente, que queman etapas fugazmente y en algunos casos ni pasan por ella. Hemos de saber dar un giro a este asunto o tendremos generaciones de adultos ansiosos, depresivos, nada empáticos, egoístas, insolidarios, interesados y vacios de misericordia y compasión…En nuestra manos está.