El «Ánimo, Alberto», chulesco, áspero, arrogante y matón de Pedro Sánchez a Alberto Núñez Feijoo además de suponer un insulto a la institución y a la Política con mayúsculas, lleva una carga de polaridad que en algún momento se le volverá como un búmeran y con mayor carga beligerante.

Este «Ánimo, Alberto» y su posterior celebración entre risas y resarcimientos es la muestra evidente de la España dividida, polarizada y enfrentada en la que vivimos por los políticos que tenemos. La Política es un problema porque nos está dividiendo cada vez más y se está creando un caldo de cultivo de enfrentamiento continuo, de crispación, de odio y de bronca.

Este estado de ánimo tan polarizado hace que no avancemos como país y que no se puedan resolver los problemas y las discrepancias, que antes podían resolverse mediante el diálogo y la búsqueda de acuerdos, pero hoy se transforman con facilidad en conflictos personales. La política actual, en lugar de unir a la sociedad en torno a proyectos comunes, parece empeñada en levantar muros que separan a los ciudadanos. Esta polarización política no es un fenómeno nuevo, pero su intensidad actual sí lo es y es muy preocupante. Las redes sociales además amplifican los discursos más extremos y castigan la moderación. Los algoritmos premian la indignación, y los líderes políticos aprenden rápidamente que el enfrentamiento genera más visibilidad que el consenso. En este clima, las posiciones intermedias son vistas como traición o debilidad, y el diálogo como una pérdida de tiempo.

Las consecuencias de esta política enconada son profundas. En primer lugar, erosiona la confianza en las instituciones democráticas. Si el adversario es considerado un enemigo, la tentación de deslegitimar sus victorias electorales o sus opiniones se vuelve constante. Además, la crispación política se traslada al ámbito social: familias, amigos y compañeros de trabajo evitan hablar de política por miedo a discutir o romper vínculos personales. El problema no radica únicamente en los partidos o los dirigentes. También los ciudadanos tenemos responsabilidad. Al consumir información sesgada, compartir mensajes sin verificar o encerrarnos en burbujas ideológicas, contribuimos a mantener el clima de división. La democracia no puede sostenerse sin una base mínima de respeto mutuo, y ese respeto solo se construye reconociendo la legitimidad de las opiniones ajenas.

Es urgente recuperar la capacidad de dialogar sin agredir, de disentir sin destruir. La política debería ser el espacio donde los desacuerdos se procesan de forma civilizada, no el campo de batalla donde se anulan las diferencias. La sociedad necesita menos gritos y más argumentos; menos odio y más empatía. Solo así podremos pasar de una política enconada que enfrenta a los ciudadanos a una política madura que los une en torno a un objetivo común: el bienestar colectivo y la felicidad.

La felicidad también debería ser una prioridad política, pues esa infelicidad contribuye aún más a la polarización política, reduce la productividad e incluso puede representar un riesgo para la democracia. Deberíamos reflexionar sobre una magnífica frase del escritor Albert Espinosa que dice que “no existe la felicidad, sino ser feliz cada día» y como dice una alumna gambiana mía en uno de sus maravillosos raps, que crea habitualmente, deberíamos convertirnos en “activistas de la felicidad” para como dice una cita de Clint Eastwod, en el último libro de Albert “Estaba preparado para todo menos para ti”, poder “soñar no con dejar un planeta mejor a nuestros hijos, que también, sino con dejar unos hijos mejores para nuestro planeta”.

Pin It on Pinterest