Hoy he podido leer un grafiti, sobre la puerta de un garaje, que decía en letras mayúsculas, negras y gigantes: NOS MEAN Y NOS DICEN QUE LLUEVE.
Lorca decía que el más terrible de los sentimientos es el sentimiento de tener la esperanza perdida. Y francamente yo veo a la sociedad, a España muy, muy desolada, perdida y rendida a los pies de nuestros políticos, de nuestros poderosos.
Hoy escribía, para Sociedad Civil y Democracia, sobre la necesidad de participar activamente en nuestras decisiones políticas, en que debemos de hacer algo; nosotros los ciudadanos, contribuir, elegir nuestro destino. Y que lo debemos de hacer desde nuestra cotidianeidad, desde lo cercano. Y que hay que hacerlo exigiéndonos más, siendo conscientes de nuestro puesto en la sociedad, como maestros, como periodistas, como médicos, como empresarios, como jefes, como trabajadores, como políticos, como abogados, como jueces, como padres, como hijos, como ciudadanos. Cada uno de nosotros debemos de dejar de quejarnos y empezar a buscar que podemos hacer para cambiar y mejorar.
Admiro a todas esas personas que ya lo están haciendo y a pesar de tener el corazón roto, lleno de problemas, de quebraderos de cabeza, de desilusiones, de angustias, pueden levantarse cada dia, sonreír y decir: “basta ya, esto no es lluvia es “pis” y yo voy a intentar cambiarlo”.
La historia que les voy a contar hoy, con la que quiero terminar este año, aquí en este huequito que nos ofrece el Heraldo del Henares es una historia cualquiera que ocurrió una mañana cualquiera, en una playa cualquiera. Es una historia que leí hace tiempo, es de Alejandro Jodorowsky.
Cierto día, caminando por la playa, reparé en un chico que se agachaba a cada momento, recogía algo de la arena y lo lanzaba al mar. Hacía lo mismo una y otra vez. Tan pronto como me aproximé, me di cuenta de que lo que el chico cogía eran estrellas de mar que las olas depositaban en la arena, y una a una las arrojaba de nuevo al mar.
Intrigado, le pregunté sobre lo que estaba haciendo, a lo cual le respondió:
– Estoy lanzando estrellas marinas nuevamente al océano. Como ves, la marea es baja y estas estrellas han quedado en la orilla, si no las arrojo de nuevo al mar morirán aquí.
– Entiendo -le dije- pero debe haber miles de estrellas de mar sobre la playa. No puedes lanzarlas a todas, son demasiadas. Y quizás no te des cuenta de que esto sucede probablemente en cientos de playas a lo largo de la costa… ¿No estás haciendo algo que no tiene sentido?
El chico sonrió, se inclinó, tomo una estrella marina y mientras la lanzaba de vuelta al mar me respondió:
– ¡Para ésta sí lo tuvo! Feliz año.