Con estas palabras le ha echado en cara el líder del PP las últimas denuncias de acoso sexual y la gestión que está haciendo el Gobierno de todas ellas. Yo no me cansaré de decir que la Política que tenemos en España vive en una hipocresía contínua a la que nos hemos acostumbrado y la que hemos normalizado, y que por esa razón cada vez creemos menos a los políticos porque simulan con mucha asiduidad virtudes, ideas y sentimientos que no poseen; mostrando una doble cara para engañarnos, obtener poder o aparentar ser mejor, lo cual daña la confianza ciudadana y la legitimidad democrática. Y ello se demuestra y se manifiesta en las continuas contradicciones en las que entran entre el discurso público y las acciones privadas, como el fingimiento de transparencia mientras se ocultan irregularidades y corrupción, protegiendo a personas que los vulneran… O en la incoherencia entre denunciar la violencia mientras se respalda a agresores; o en prometer principios mientras se actúan de forma contraria, creando cinismo y escepticismo en la sociedad porque sus acciones privadas revelan ese cinismo o intereses ocultos.

¿Dónde ha quedado el “hermana yo si te creo”? ¿Qué ha pasado con el lema de: “hay que conseguir que la vergüenza y la culpa cambien de bando, que recaigan en el agresor, y no en la víctima”? Tanto las mujeres que trabajaban en Moncloa y que denunciaron los comportamientos machistas de Paco Salazar, o los del secretario general del partido en Torremolinos, así como las que sufrían el presunto acoso y los presuntos tocamientos, mensajes obscenos y llamadas subidas de tono por parte de José Tomé, presidente de la Diputación de Lugo denunciaron por los canales y protocolos internos y a los órganos de dirección del partido que tiene el PSOE, pero las ignoraron, minimizaron el asunto, taparon y protegieron al agresor y ahora, cuando todo ha estallado por los medios de comunicación y por esa presión pública, echan las campanas al vuelo pero se resisten a ir a la fiscalía porque dicen que las responsabilidades hay que dirimirlas dentro. En vez de esclarecer la verdad, administrar justicia interna, buscar la de los juzgados y procurarle la mayor reparación posible del daño sufrido, buscan minimizar daños al partido y ni siquiera actúan con la celeridad y transparencia exigible en un dirigente que presume de ejemplaridad.

Todos los partidos esconden sus vergüenzas, se conocen bien entre ellos. Sus élites y dirigentes esconden sus miserias y son cómplices por ello. Todos los partidos ignoran o encubren estos asuntos y muchos acosos son ignorados y encubiertos. Todos los dirigentes de todos los partidos presumen de ser garantes de los derechos de las mujeres, pero sus hechos, sus acciones, su comportamiento, su actitud desmienten ese relato y esas palabras se quedan en el terreno de lo vacío. El problema no es solo de un partido, sino estructural: protocolos flojos, priorizar el no dañar la imagen del partido, canales de denuncia poco accesibles o poco confiables, sanciones débiles, y una cultura interna que no prioriza la protección real a víctimas y para ello se clausura, se archivan o se posterga esas denuncias pese a la insistencia de las sufridoras y víctimas de estas atrocidades.

Así es la doble cara de nuestros gobernantes, sus partidos y sus contradicciones; así es su doble moral y su hipocresía. Lo que pasa es que, cuando votamos, nos olvidamos de esa hipocresía y de las mentiras y dejamos en manos de ellos toda la gestión de nuestras cosas; y claro pasa lo que pasa.

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