España está plagada de personajes ilustres y lugares con historias personales en los que en muchos casos -esa realidad- sorprende y supera a la ficción; así que no es de extrañar que muchas películas se nutran de ellas y busquen inspiración en estas notables figuras y en estos hechos históricos reales.
Nuestras zonas rurales deberían dar y poner en valor y potenciar estas historias para que se refleje que no es la España vaciada sino en un territorio lleno; lleno de vida, de valores, de acontecimientos, de historia, de patrimonio natural, paisajístico, cultural, artístico y de tradiciones.
Nuestros pueblos deberían ensalzar la labor realizada por sus personajes locales y natales; recordar sus hazañas y dar a conocer su historia y el legado que nos dejó a lo largo de su vida; pues si se desconoce quién es o cómo contribuyó a escribir la historia de su pueblo perderemos algo muy importante de la esencia de nuestros lugares y de su historia.
Guadalajara también tiene muchos de estos personajes que con su humildad, su trabajo, su forma de ser, su actitud, su vida curiosa y aventurera se supieron ganar un papel relevante a nivel nacional e incluso internacional. Uno de ellos fue el briocense Juan Elegido Millán, más conocido por su nombre artístico de Profesor Max.
El profesor Max fue un hipnotizador y mago autodidacta, muy reconocido en todo el mundo. Nació en Brihuega en 1913; era hijo del médico y de él aprendió el arte de la hipnosis clínica. Comenzó sus estudios de medicina pero el estallido de la Guerra Civil impidió su culminación. Su espíritu activo, curioso y aventurero le hizo viajar por todo el mundo entre los años cuarenta y setenta. Fue el primer hipnotizador por teléfono y en cada uno de sus viajes se fue haciendo con una colección de miniaturas muy grande y sorprendente que se puede visitar en el Museo de miniaturas en el antiguo convento franciscano del siglo XVII en Brihuega.
En este museo te recibe Javier, sobrino del profesor Max; un apasionado de la historia y de la figura de su tío, el cual vivió en primera persona su trayectoria e incluso visitó algún plató de televisión acompañando y ayudando al profesor en sus actuaciones y sesiones. Javier te adentra con mucho entusiasmo en el mundo de las miniaturas porque su madre colaboró con mucha pasión a ampliar esta colección tras la muerte accidental del Profesor en 1975.
En una reciente visita hace unos días tuve la oportunidad de conocer a Javier y de charlar con él sobre el museo y sobre la impresionante colección de miniaturas que alberga: la Última Cena de Leonardo Da Vinci sobre un grano de arroz, figuras de animales talladas en el palo de una cerilla, una faena de tauromaquia en tiza, una pareja de pulgas vestidas de novios, un escrito en el canto de una tarjeta de visita, un camello esculpido en el ojo de una aguja; una batalla naval con barcos y aviones dibujada en la cabeza de un alfiler; una pajarita de papel pequeñísima, casi microscópica, hecha por Miguel de Unamuno, y muchas muchas más curiosidades pequeñas pero grandes a la vez.
Pero de entre todo lo que pude ver y que me contó Javier lo que más me llamó la atención fue la maravillosa y singular vida del profesor Max y todo lo que se escondía tras ese bigote fino, pelo engominado, figura estilizada y ese elegante smoking negro a lo mas puro “gentleman dandy” de la época. El profesor viajó por el mundo con una sola maleta recogiendo experiencias, miniaturas increíbles, amistades curiosas y un prestigio en su faceta de hipnotizador que le llevó a ser un personaje del que el mismísimo José María Iñigo quedó fascinado.
Al salir del museo y abandonar la conversación con Javier una pequeña reflexión rechinaba en mi cabeza: hay que aprender a darles a las personas el mismo valor e importancia que ellas nos dan. El profesor Max quería a la gente de su pueblo natal, hizo mucho por ellos , les regaló entre otras cosas unos gigantes preciosos para sus fiestas. Guadalajara y Brihuega le deben mucho al profesor.