Este próximo 29 de octubre, Valencia acogerá un funeral de Estado por las 237 víctimas de la Dana en el primer aniversario de la catástrofe que dejó tanta tragedia y tanto dolor.

Hoy, he vuelto a recuperar las fotos que hice en mi estancia allí como voluntario y que dejó una huella imborrable al vivir escenas de tanto dolor, de tanta desolación y también de tanta esperanza, compasión y consuelo por la impresionante labor de ciudadanos voluntarios que, sin medios ni entrenamiento profesional se convirtieron en los primeros en dar respuesta a la crisis en esos días de tanta tragedia. Hay momentos en la vida que se quedan mejor guardados y durante más tiempo en la memoria que en la cámara de fotos, aún sigo a día de hoy teniéndolos muy presentes en mi retina, en mi memoria y no consigo olvidarlos.

No consigo olvidar lo mal organizada y coordinada que estaba toda la ayuda, era muy ineficaz y cada voluntario ayudaba con lo que buenamente podía en un ejemplo extraordinario de solidaridad al volcarse con los valencianos afectados, echándose a la calle para ayudar debido a la inacción; por un lado de la administración y los políticos que estaban más pendientes de su guerras ideológicas y luchas partidistas incomprensibles para el común de los mortales en una situación así. Y por otro de instituciones muy bien regadas de dinero público y financiadas, pero que pierden su energía y financiación en sus recursos propios y autoorganización. Parece increíble, pero ambas no estuvieron a la altura de las circunstancias ni preparadas para hacer frente a estos desastres y a la avalancha de ayuda que hizo falta.

No consigo olvidar la cantidad de coches volcados, apilados y destrozados por todos los rincones que recorría. Tiendas, negocios y locales arrasados por el barro. Calles llenas de fango y naves industriales en polígonos devastados. Parques y jardines cubiertos de una capa marrón y montañas de barro. Vehículos marcados con una “X” donde se habían encontrado cadáveres. Furgonetas, camiones y coches cargados de guantes, fregonas, palas, escobas, jabón, agua, lejía, comida y de todo lo que en ese momento se necesitaba. No consigo olvidar los garajes y bajos llenos de lodo, las alcantarillas anegadas y ese olor fétido a podredumbre que todo lo impregnaba debido a los residuos fecales, la descomposición y la salitre acumulados.

Un año después, el dolor persiste, pero también la determinación de una sociedad que no quiere olvidar y que reclama verdad, memoria, silencio y sobre todo justicia con los que gestionaron todo desde el principio. La política, los políticos y los administradores de lo público tienen que rendir cuentas y responsabilidades de unas muertes que se deberían haber evitado en este trágico episodio de la historia de España.

Un año después las heridas aún siguen abiertas. El 20% de los negocios en locales comerciales sigue cerrado un año después, lo que supone que 460 comercios, bares y otras pequeñas actividades de servicios no reabrirán, mientras que otro 10% aún está con obras para reabrir. Además, alrededor de un centenar de industrias han cerrado por la catástrofe, el 5,8% de las existentes en esos municipios.

Un año después casi la mitad del alumnado tiene problemas de concentración y desmotivación importantes. Un año después, los 124 centros educativos afectados siguen recuperándose. Las calificaciones han bajado y los resultados de las pruebas de acceso a la universidad fueron los peores de su historia. ¿Están los centros educativos preparados si hubiera un nuevo desastre?¿Existe un protocolo anti-inundaciones para los centros educativos? ¿Hay un Plan Integral de emergencias del riesgo de inundación en todos los centros educativos de la Comunidad Valenciana?

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