No me sorprende la reacción de la prensa americana ante las palabras de Trump, calificando a esta de “enemigo público del pueblo”. Es difícil asumir la verdad y más cuando es tan evidente y desgarradora. Cuando el periodista recibe un sueldo en una empresa, cuando la empresa la recibe de una subvención u organismo público o cuando lo recibe de un determinado grupo o medio con intereses vinculados al poder, entonces, cuando esa subsistencia cotidiana y familiar, cuando esa hipoteca, cuando ese pan de cada día depende de lo que se escribe y de cómo se escribe, resulta muy difícil, sino imposible apartarse de las líneas y de los objetivos editoriales marcados por los propietarios del medio, que por lo general van teñidos de intereses ideológicos y comerciales muy bien marcados en su hoja de ruta.
La objetividad, la neutralidad debería ser una obligación ética y profesional para todos los periodistas. El periodista debería contar a los demás lo que está pasando de una forma verdadera; para ello tiene que conocer la realidad y contarla en su totalidad, sin omitir nada, sin esconder lo que ocurre y sin preñarse de conveniencias, ni de miedos; siendo imparcial, neutral y veraz.
Aplaudo a los que sois capaces de desmarcaros de cualquier interés espurio que destilan los medios para los que trabajáis, cada vez estos más ideologizados en el izquierdismo imperante. Os aplaudo porque además sois capaces de acercaros a la realidad y tratar la noticia de una forma sincera y valiente, anteponiendo vuestra dignidad personal y profesional al sueldo o a la palmadita en la espalda.
Desapruebo, protesto y pito a aquellos periodistas que en vez de hacer un análisis periodístico, emiten juicios de valores, estimaciones, críticas, opiniones personales e incluso valoraciones peyorativas de quienes opinan diferente. Son esos periodistas que suelen confundir “periodismo crítico” con “periodismo ideológico” o “periodismo agresivo” con invitaciones al odio y a la violencia, contra todo aquel que opina diferente o no son partidarios de sus noticias o “artículos de opinión”.
Para terminar, quiero agradecer a todos los que me permitís expresar mi opinión en vuestros medios en estos tiempos tan difíciles y tan revueltos, en los que el desinterés, el desapasionamiento y la pérdida de valores y de objetividad en la profesión periodística se están diluyendo seguramente porque muchos siguen aquella máxima de Salvador Allende, en el discurso del Primer Congreso Nacional de Periodistas de Izquierda en el Mercurio, el 9 de abril de 1971: “La objetividad no debería existir en el periodismo”, porque “el deber supremo del periodista de izquierda no es servir a la verdad, sino a la revolución”.